En una polĂtica saturada de frases vacĂas, calculadas y diseñadas para no incomodar a nadie, Johannes Kaiser ha decidido ir por el camino menos transitado: decir lo que realmente piensa. Su reciente entrevista con Tomás Mosciatti fue una muestra más de esa brutal honestidad que lo caracteriza. Al ser consultado sobre si apoyarĂa un golpe militar en las mismas circunstancias del año 1973, Kaiser no dudĂł en responder que sĂ. Mientras otros candidatos optaron por evadir la pregunta, decorarla o disfrazarla con tecnicismos, Ă©l respondiĂł con firmeza. No es que Kaiser promueva golpes de Estado; es que comprende que cuando una naciĂłn es secuestrada por el caos, la violencia y la ideologĂa totalitaria, el deber moral es restaurar el orden. Y esa claridad, en un ambiente polĂtico plagado de cobardes, lo vuelve un fenĂłmeno atĂpico.
En tiempos donde los candidatos intentan parecer modernos, suaves, “correctos”, Kaiser se ha ido desmarcando no solo de sus adversarios de izquierda, sino tambiĂ©n de sus contendores de derecha. No le interesa adaptarse a las modas progresistas ni disfrazar sus convicciones para ganar puntos en encuestas o aplausos en redes sociales. Su discurso rompe con esa lĂłgica del marketing polĂtico: Ă©l no quiere agradar, quiere representar con fuerza a quienes sienten que Chile se les fue de las manos, que la delincuencia, el desgobierno y la decadencia no se combaten con slogans inclusivos, sino con coraje, principios y autoridad.
El problema no es que Kaiser haya sido honesto; el problema es que esa honestidad dejĂł en evidencia a una clase polĂtica que vive aterrada del quĂ© dirán. La izquierda ha reaccionado con la indignaciĂłn habitual, pero esta vez con un nivel de hipocresĂa difĂcil de tolerar. La senadora Fabiola Campillay –la misma que justificĂł la violencia del 18 de octubre, que defendiĂł las barricadas, que avalĂł el intento de desestabilizar al paĂs con fuego y saqueo– hoy aparece como la gran defensora de la democracia, acusando a Kaiser de incitar un golpe de Estado y promoviendo una ofensiva para silenciarlo por “discurso de odio”. ÂżQuĂ© autoridad moral tiene quien quiso quemar Chile para censurar al Ăşnico que está dispuesto a decir que el paĂs necesita orden?
Kaiser no es violento. Kaiser no es extremista. Lo que es, es incĂłmodo. Porque dice en voz alta lo que muchos piensan y callan. Porque no le teme a los costos polĂticos. Porque sabe que si seguimos en esta pendiente de populismo, delincuencia y relativismo, no quedará nada que salvar. Su figura crece no por ser popular, sino por ser clara. Y en un paĂs cansado de polĂticos tibios, esa claridad se siente como una bocanada de aire fresco.
Esta elecciĂłn no se trata solo de elegir a un presidente. Se trata de elegir entre quienes se adaptan al sistema o quienes están dispuestos a enfrentarlo. Entre los que maquillan su discurso para ganar votos y los que prefieren perderlo todo antes que traicionar sus principios. Johannes Kaiser no será el candidato del establishment, pero sĂ es el Ăşnico que ha demostrado tener el carácter necesario para liderar un paĂs que necesita verdad, orden y coraje. En un Chile desorientado, Kaiser no ofrece espejismos, ofrece realidad. Y esa, aunque duela, es la Ăşnica base para reconstruir una naciĂłn.

